De acuerdo con datos de la Organización Panamericana de la Salud, cada año mueren aproximadamente 1.3 millones de personas en accidentes de tráfico en el mundo, y millones más sufren discapacidades permanentes por la misma razón. Se calcula que 16% de estas tragedias son ocasionadas por el consumo de alcohol y otras drogas.
Además de generar enormes costos sociales y problemas para los conductores y sus familias, los accidentes de tránsito afectan de una forma severa la eficiencia de los servicios de salud y la economía de casi todos los países en el mundo.
Y es que, aun en cantidades moderadas, el alcohol puede aumentar considerablemente el riesgo de sufrir un accidente. La bebida no sólo perjudica procesos neurológicos esenciales, como la visión y los reflejos, indispensables para el desplazamiento seguro de peatones y conductores por la vía pública. También reduce las capacidades de discernimiento y las inhibiciones personales, lo que a menudo se traduce en comportamientos de alto riesgo, como conducir a exceso de velocidad. Por esa razón, y porque las fiestas decembrinas presentan un panorama favorable para el consumo de alcohol, este mes nuestro artículo está dedicado al serio problema de la combinación del alcohol y el volante.
El alcohol cumple numerosas funciones sociales y muchos grupos humanos le otorgan significados culturales, religiosos e incluso simbólicos. Sin embargo, desde un punto de vista fisiológico, los efectos inmediatos sobre el cerebro son depresivos o estimulantes, disminuye la presión arterial y deprime la conciencia y la respiración.
Aunque los niveles de alcohol en la sangre sean relativamente bajos, existe un deterioro real de las facultades que intervienen en la conducción y, evidentemente, los efectos se acentúan a medida que aumenta el consumo. No sólo se alteran el discernimiento y los reflejos, sino que también se empobrece la visión. El alcohol tiene efectos catastróficos en la psique de los conductores, y esto puede llevarlos a optar por conductas que no llevarían a cabo en caso de estar sobrios y que tienen consecuencias nefastas.
No existen bebidas más o menos permisivas con el volante. Todas afectan por igual la calidad de manejo del conductor, ya que el alcohol contenido en ellas se compensa por la cantidad de mililitros de cada porción. Esto es fácil de corroborar a través de la siguiente tabla, elaborada por el Programa Nacional de Alcoholimetría.
Muchas veces se ilustran los niveles de alcohol en la sangre en términos de recipientes, como vasos, copas o latas, pero lo cierto es que cada bebida tiene sus características propias y existe un gran número de variables que influyen en la manera como el alcohol afecta a cada persona, incluyendo su peso, edad o estado de salud. Sin embargo, por razones sociales y de prevención, diversos organismos ofrecen estándares de ingesta tendientes a disminuir tanto los efectos que el alcohol puede tener en la conducción, como las afectaciones que su ingesta puede tener en la vida diaria.
Aunque está claro que lo mejor es conducir sin haber probado una sola gota de alcohol, el Reglamento de Tránsito de la Ciudad de México tiene un límite permitido de alcohol en la sangre no superior a 0.8 gramos por litro, equivalente a una cerveza, una copa de vino o un trago. La detección de un nivel de alcohol en la sangre que sobrepase ese rango supone un arresto de 20 a 36 horas, además de 6 puntos de penalización en la licencia de conducir.
Fuentes:
http://www.cij.gob.mx/JovenesenAccionInteractivo/Alcoholimetro.html
https://www.paho.org/es/documentos/beber-conducir-manual-seguridad-vial-para-decisores-profesionales-2010
https://www.who.int/publications/i/item/9789241565684
https://www.who.int/substance_abuse/activities/msbalcstrategyes.pdf
https://estilosdevidasaludable.sanidad.gob.es/en/consumo/docs/Alcohol.pdf
http://conapra.salud.gob.mx/Interior/Documentos/Manuales/Programa_Nacional_Alcoholimetria.pdf